Tuesday, January 29, 2008

Reflexiones espontáneas acerca del día a día


Duermo en exceso. Quisiera que la vida constara de determinadas actividades concretas, calculadas y tasadas exhaustivamente, mientras el resto de la humanidad continúa con su vida corriente. No puedo ser egoísta. No quiero limitar al resto de la sociedad a una rutina agnóstica y puramente terrenal que para muchos acabara en el destino final humano. El individualismo antiliberal llega a su esencia última en el momento que discriminas aquellas cosas que piensas que te hacen feliz y detestas el resto.
Existen numerosas actividades que en una sociedad moral occidental se consideran de provecho. No voy a entrar en consideraciones morales, ya que conozco la eminencia de la moral actual y la detesto en la mayoría de ocasiones sin querer pensarlo demasiado. No conozco la moral plena y dudo que nadie la conozca, de nuevo evito pensarlo, caería en una red de relativismo puro en la que no quiero entrar por fidelidad a mis principios y por mi personalidad adictiva al pensamiento, que me imposibilitaría salir de ella en una actitud más desconcertante que la primera.
Dudo mucho que aquello que afirma la mayoría como bueno lo sea. Y en tanto, no cabe malgastar una vida llevando a cabo aquello que los demás piensan como innegablemente positivo y cuya duda te corroe por dentro, mientras la infelicidad en la práctica actúa superficialmente en una situación nauseabunda que termina por hacerte caer observando el precipicio.

Es magnífico cuando te tumbas al sol y parece que eres el único habitante del planeta y piensas, en ese preciso -y precioso- instante, que tan sólo necesitas y puedes hacer esas cuatro ó cinco cosas que te hacen feliz. Estoy plenamente seguro de que la ignorancia aporta una felicidad implacable. Creo que continuaré durmiendo en exceso.

Thursday, December 14, 2006

"Esto, no es serio"


En una época en que parece que el Derecho regula todos los supuestos posibles de la vida cotidiana - al menos en el ámbito que admite alcanzar- para bien o para mal (queda claro que para mal) y que, además, el legislador -esa figura retórica de la que tanto se habla- alardea de tender hacia las minorías o, al menos, hacia los débiles, debería parecernos imposible que ocurrieran ciertas situaciones.

Y es que si, vale, estoy indignado. Hace un mes que tengo la entrada para el concierto de Babyshambles aquí, en Madrid -por una vez tomé la precaución, e innegable molestia, de recoger las entradas con la antelación suficiente- y hoy se me ocurre mirar en la página web del distribuidor -usurera empresa cuyo nombre no cabe mentar- y veo que, entre alegres exclamaciones, te advierten que ¡El concierto se ha cancelado!, que simpáticos.

Esto es, ni una nota, ni una excusa, mera argumentación. Simplemente se ha cancelado, y punto. Los que habéis sacado la entrada, os fastidiais, y ya veremos si os devolvemos el dinero (mirar las condiciones en el anverso de la entrada es espeluznante, se reservan todos los derechos posibles y atacan al consumidor hasta límites insospechados aprovechándose de la ilusión de un público que todo lo paga).

El hecho de que no te den una explicación, aunque sea una muletilla preparada de antemano, puede entenderse, eso sí -y poniéndonos en lo mejor- como una falta de educación. Pero que cancelen los conciertos a sus anchas, cuando les venga bien, sin miramiento alguno, en el momento y hora que decidan sin pensar en las repercusiones y perjuicios que ocasionan, no es admisible. Que no exista una regulación, parece aberrante.
Si bien es verdad que ya se pospuso el concierto -que iba a ser en noviembre- y que, de alguna manera, se puede comprender, no podemos afirmar lo mismo de cancelarlo, sin más, un "os jodéis" indirecto y endémico.

El hecho es que, ya que estaba viendo la página, he mirado otros conciertos. Qué gracia, la mitad, aproximadamente, están cancelados. Este es su juego, tu pagas y cumples nuestras condiciones, nosotros, no prometemos nada y además jugamos contigo.

Es reseñable el hecho innegable de que, conforme a derecho, debería estar protegido el consumidor, como lo está en otras ramas, y debería poder reclamar indemnización -aunque sean dos euros, pero, en primer lugar por "derecho al pataleo", y en segundo, para que ellos también se la jueguen alguna vez, y que, además, se lo piensen dos veces a la hora de cancelar un evento- (si el artista lo cancela, la empresa distribuidora debe correr con el riesgo, ya que nadie la ha obligado a negociar ese concierto).

Y en cuanto a los artistas, ciertamente es comprensible el cancelar algún concierto -más bien lo correcto sería que no existiese la cancelación y tan sólo la posposición- pero también es cierto que se trata de su trabajo, y el resto de humanos, gente llana y sencilla, pero que también existe, acudimos a diario a nuestro trabajo y, de no hacerlo, sufrimos las repercusiones pertinentes. ¿No sería correcto exigírselo a los artistas, exceptuando determinados casos que admitan cancelación?.
En cuanto a que no debería existir la cancelación y tan solo la posposición de los conciertos se razone, ejemplificando, mediante el siguiente razonamieno: si A hace una oferta a B y B la acepta, ambos están obligados recíprocamente y, si uno de los dos no cumple con su parte, está obligado a resarcir los daños o indemnizar al otro.
Si un artista nos hace la oferta de un concierto, y nosotros la aceptamos obligándonos para con él (nuestra obligación consiste en el pago del precio -la entrada-), ¿no es perfectamente exigible, no solo moralmente sino también conforme a derecho, que él cumpla la suya?

En definitiva...solo me queda ir a ver si me devuelven mis 22 euros correspondientes, que como dice mi amiga COCO, son cuatro copas (y cuatros copas, son cuatros copas...)

Sunday, May 07, 2006

El péndulo de la historia



La inocencia de la poesía de Giacomo Leopardi como esencia del futuro fascismo del siglo pasado. El resurgir del nacionalismo romántico como fruto acomplejado de la derrota de un pueblo. Principio de causalidad, una vez más, una acción conlleva un resultado. El péndulo siempre retorna adornado. Una aproximación a la persona del poeta:

Mientras la chispa romántica se extiende por Europa, el niño Giacomo se abisma en la copiosa y rancia biblioteca paterna: a los once años lee a Homero, a los trece escribe su primera tragedia; a los catorce la segunda: Pompeyo en Egipto; a los quince un ensayo sobre Porfirio; a los diecisiete otro Sobre los errores populares de los antiguos; a los diecinueve inicia su cuaderno de apuntes, Zibaldone, que le acompañará hasta 1832; a los veinte compone los que recogerá como sus primeros cantos: "A Italia", y "Sobre el monumento a Dante". Al año siguiente, enfermo de la vista y del espíritu, intenta en vano fugarse de Recanati. Desde ese momento su vida se convierte en un círculo vicioso de huidas y regresos a su ciudad natal: Roma, Bolonia, Milán, Florencia son los hitos de este viaje doloroso, en el que va dejando atrás proyectos de trabajo irrealizados y amores imposibles: Teresa Carniani-Malvezi, o Fanny Targioni-Tozzetti; en 1830 deja Recanati por última vez; en 1831 aparece la primera edición de sus Canti –la segunda lo hará en 1835–; en 1833 se traslada a Nápoles. En esa ciudad muere el 14 de junio de 1837.



" Veo, oh Patria, los muros, las arcadas
y las columnas y los simulacros,
las torres yermas de nuestros abuelos,
mas no veo la gloria,
ni el hierro ni el laurel que recubrían
a nuestros viejos padres. Ahora inerme,
pecho y frente desnudos nos enseñas.
¡Cuántas heridas, ay,
qué lividez, qué sangre! ¡Oh, mal te veo,
bellísima mujer! Pregunto al mundo
y al cielo: respondedme;
¿quién a tal os redujo? y aún más grave
es que oprimen sus brazos las cadenas;
tal que sin velo y sueltos los cabellos
yace en tierra olvidada y sin consuelo,
y escondiendo su rostro
en las rodillas, llora.
Lloras, no sin motivo, Italia mía,
nacida a vencer pueblos,
en la fausta fortuna y en la infausta."
(Fragmento de "All'Italia")

Para más información acerca del poeta: http://es.wikipedia.org/wiki/Giacomo_Leopardi

Se trata de una breve introducción hasta que, dentro de unos días, escriba acerca de el porqué del fascismo, precedentes históricos o condiciones histórico-sociales que germinan su existencia. Hasta entonces, conviene disfrutar de un gran autor.

Wednesday, May 03, 2006

Del pensamiento perfecto o ideología verdadera.


Si alguna conclusión saca el ignorante de la famosa cita del noble pensador francés “cogito, ergo sum” (el endémizado hasta la inevitable saciedad pienso luego existo) es la de que el filósofo creó un silogismo innegable, una verdad absoluta. Grave falacia. Jamás tuvo intención de crear tal silogismo, mas la vagueza del lenguaje natural, con su imprecisión, no lleva sino a así entenderlo; si pienso luego existo, bebo luego existo. Con cada acción existo, ya que ninguna acción es menos verdadera que la de pensar, puesto que de otra forma, el hombre existiría, ¿pero existiría el animal?. Así pues, el filósofo no buscaba un silogismo empírico y absoluto.
Ahora bien, mi cometido actual no es el de otorgar una clase filosófica del pensador citado, sino más bien, a raíz de lo anterior, razonar sobre la verdad, sobre lo empíricamente demostrable, sobre lo incondicional e innegablemente absoluto y cierto.
Mi raciocinio, tal como advierto, me ha llevado a pensar que ésta, efectivamente, existe. Y existe porque en esta vida nada es relativo. Existe la verdad ideológica como tantas verdades existen, y se trata de algo, hasta el momento, innegable (pese a que no queremos basarnos en el hecho de que, por ser indemostrable, sea ya verdadero).
El relativismo (esto es, la idea de que nada es verdadero, ninguna opinión es cierta, sino que todas las opiniones son válidas, todo es lícito en tanto que formulado, lo que implica que nada es bueno o malo, sino según como se mire) ya en época presocrática, allá por el siglo V a.C., terminó por minar la democracia ateniense. Contra este relativismo demoledor, flexible, reaccionó el pensamiento socrático y platónico, en busca –ya en aquellos tiempos- de la verdad absoluta. Platón afirmaba que ésta podía ser conocida –desde un punto de vista político-, sin embargo, el hecho de que pueda conocerse o no es cuestión diferente, centrándonos en el caso a la coyuntura simple de que exista.
Efectivamente, desde mi humilde opinión, la verdad existe. Y ésta surge a partir del famoso principio de causalidad –esto es, una cosa lleva a la otra, el comer lleva a abrir necesariamente la boca- y así, el propio hombre evoluciona históricamente, y una acción lleva a otra, y cada una de ellas supone progreso o evolución –o reacción, pero a largo plazo siempre evolución-. A partir de este principio, cualquier niño podría afirmar que la perfección, la realización última de la sociedad –surgida a partir de la equivocación histórica, de la caída social del hombre- se identifica con la verdad política. Allí donde la perfección ha llegado, donde no cabe crítica alguna -porque ya se han dado y rectificado todas las posibles hasta última instancia-, está la perfección ideológica.
Así, esa perfección sólo es alcanzable mediante el paso natural del tiempo, mediante la autoformación, ya que su imposición no es posible, en tanto que no conocemos esa verdad (sólo conociendo el camino puedes llegar al fin pero, si de hecho, no conoces el fin, será imposible encontrar tan sólo el camino, que no es sino un absoluto desconocido).


Así pues, en síntesis, la afirmación idónea sería la de que el hombre no es conocedor de la verdad, y no puede serlo hasta su culminación social, si bien ésta verdad existe.
A partir de esta premisa que solidifica la necesidad de aportar a la sociedad actos progresistas que aceleren o lleven a su paso necesario a esa perfección última, el hombre es el encargado de contribuir ideológicamente a esa perfección, es decir, no puede pensar lo verdadero, pero extiende su propio pensamiento –que cree como verdadero- y contribuye indirectamente al enriquecimiento y discriminación que contribuye a la perfección.
Así surgen históricamente las diferentes ideologías –liberalismo, socialismo, fascismo,libertarismo y un largo etc., de mayor o menor impacto social-
A partir de esta idea es fácil convencer a cualquier ideólogo radicado –aquel que entiende su ideología, de forma ciega, como única y absoluta- de la necedad de su pensamiento. Si en el siglo XV, la verdad absoluta y endémica era la inquisistorial ¿es absoluta y lícita la inquisición?. El triunfo del liberalismo ilustrado del siglo XVIII se entendía como absoluto, “proclamado por la innegabilidad de la razón”, y sin embargo ¿hoy sigue considerándose, tal cual, como cierto y únicamente lícito?. El propio Imperio Romano, verdugo del cristianismo (si es verdad que no por motivos religiosos, aunque en una visión práctica nos sea indiferente), considerándolo aberrante, cambió de moneda en el año 313 de la era cristiana (con el Edicto de Milán) – con el emperador Constantino- y el cristianismo se convirtió en la única verdad absoluta del Imperio. ¿Es que sólo era verdad absoluta si así lo afirmaba Constantino?. Es evidente que no.
En cada época la ideología individual se ha visto limitada por el contexto social del momento, y las distintas corrientes se han entendido como “perfectas”. Actualmente, afirmar que la ideología de cada uno es justificable a ultranza como cierta, es ultrajante, y de cualquier modo, propio del ignaro.
En definitiva el hombre puede, esto si, plantear una ideología que “cree” como correcta. Esto es, debe buscar la forma máxima que alcance de progreso para ayudar a la perfección de la verdad ideológica. Puede, y debe, discriminar lo que considere intolerable y será el propio tiempo y el propio hombre venidero el que margine y segregue esas discriminaciones.
Así, el hombre, en definitiva, “intenta” acercarse a la auténtica verdad, pensar como él cree que está más cerca de la realidad ideológica. Se acerca a la corriente político-ideológica existente que más piensa tiende a la verdad perfecta (para poner un ejemplo antagónico, algunos pensarán que determinados comportamientos fascistas tienden a esa verdad, y otros pensarán que el acratismo es el que tiende realmente a esa verdad), pero será el tiempo y la sociedad futura quien lo advierta con su negación histórica. En tanto, el tener la capacidad de no cegarse con una ideología y acoger esencias de otras, contribuye a la reflexión y el progreso.
En definitiva, mientras exista la crítica fundada, podemos considerar que ninguna ideología es verdadera, unas se acercan más a la verdad que las otras y, en cierta medida, ayudan a mejorar la sociedad en relación con las condiciones existentes. Lo acertado es acercarse, lo máxima posible, a esas ideas que llevan a mejorar a la sociedad y que, en consecuencia, se acercan en mayor o menor medida a lo bueno, a lo verdadero, a lo innegable. (ya que, como hemos dicho, aquellas ideologías que creen mejorar la sociedad pero no lo hacen, se alejan de lo verdadero, esto es, se acercan a la reacción).
El hombre que reflexiona a partir de esta premisa, tiende al progreso social, de igual manera, el que no lo hace así y se obstina ante el resto, tiende a la reacción.